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Nueva Zelanda. Auckland.

Nuestro viaje a Nueva Zelanda nos robó un día. Sí, el domingo desapreció de nuestras vidas de repente, nunca lo vivimos ni lo viviremos. Salimos de Santiago de Chile el sábado 10 de marzo a las 23:30, el vuelo
Auckland y su Sky Tower
duraba 12 horas, y puesto que en Nueva Zelanda tiene 8 horas menos que Chile, llegaríamos a las 3:30 de la mañana (hora de Auckland), pero debería el ser domingo 11 de marzo. Pues no, llegamos el lunes 12 de marzo. Se nos esfumó un día completo. Y es que resulta que hay una zona, en medio del Océano Pacífico, donde misteriosamente cambia el día, si vas hacia el oeste aumenta la fecha y si va hacia el este disminuye la fecha del calendario. Todo para no desbaratar los horarios mundiales y sus relaciones.
El caso es que echamos una siesta mañanera en Auckland y luego nos alojamos allí con una fantástica familia con la que contactamos a través de “Couchsurfing”.
Nuestra familia de acogida
Estuvimos tres días visitando la ciudad más grande con diferencia del país. Más de un tercio de la población nacional reside allí, y no es la capital. Nos pareció una metrópoli fantástica. Hay mar por todos lados, una serie de fiordos, entradas, playas y costas diversas la rodean. No es casualidad que tenga la ratio de barcos por habitante más alta del mundo. Hay una zona de grandes rascacielos, y la Sky Tower,
Vista nocturna desde la Sky Tower
el edificio más alto del hemisferio sur. Desde allí vimos un fabuloso atardecer. El museo de la ciudad aloja la colección de arte Maorí y de las islas del Pacífico más importante que existe. Además está rodeado de un inmenso parque con preciosos jardines y campos de rugby y criquet, los deportes nacionales. Como en unos días comenzaba la carrera de barcos “Volvo Ocean Race”, allí estaba el barco español de Telefónica, y el de Camper, que es hispano-neozelandés. Nos llamó la atención el gran número de orientales que se ven por toda la ciudad, y
es que es la zona en la que más mezcla racial existe de todo el país: desde descendientes de europeos, maoríes, orientales (chinos, filipinos y japoneses), gente de las islas del Pacífico, etc.
Atardece en Nueva Zelanda
Muy pocos árabes y casi nada de sudamericanos (algún que otro chileno y argentino). Y, claro está, muchos turistas. Españoles ahora no hay casi ninguno, suelen ir en julio y agosto.
"Maorí en su casa
Esta gran mezcolanza hace que existan establecimientos muy diversos y de muchas nacionalidades. Además es una ciudad muy viva, con muchas cosas que ver y hacer. El tráfico no es muy ruidoso ni muy abundante, lo que junto con el omnipresente mar, las zonas verdes, la amabilidad de la gente y la buena organización general, nos hizo sentir realmente agusto. De todas las grandes ciudades que conocemos, y son unas cuantas, Auckland es la que más nos gusta.
Panorámica de Auckland

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Final americano en Santiago de Chile. Primeros días de marzo.

El vuelo de Buenos Aires a Santiago nos deparó una agradable sorpresa: al atravesar la gran cordillera de los Andes, pasamos sobre el pico Aconcagua, que con sus 6962 metros de altitud y su eterna nieve, es la cumbre más elevada de sudamérica y de todo el hemisferio sur. Como el día estaba soleado, las vistas fueron majestuosas.
Aconcagua desde el avión
Nada más llegar al aeropuerto de Santiago, fuimos a tratar de adelantar la fecha de nuestro vuelo a Auckland (Nueva Zelanda), pero no había plazas disponibles. Total, que teníamos toda una semana hasta el próximo destino. Menos mal que nuestro amigo Toño de nuevo nos recibió en su casa.
Aprovechamos el tiempo para descansar, recuperarnos, lavar ropa, etc.
Como en la anterior visita a Santiago habíamos ido a dos de las casas-museo de Neruda, decidimos completar el conjunto con la tercera: Isla Negra; en una pequeña población costera a casi dos horas de viaje desde la capital. Esta casa era la favorita de Neruda y por eso pidió ser enterrado allí, donde descansa junto a su mujer Matilde. Pudimos ver algunas de sus más preciadas colecciones, como la de mascarones de proa y la de caracolas, además de una gran cantidad de objetos curiosos.
Museo de Bellas Artes
En la ciudad nos acercamos a recorrer el Museo de Bellas Artes y el centro histórico, participando en un tour en el que nos iban explicando las diferentes etapas históricas de esta gran urbe, desde su fundación por parte de Pedro de Valdivia hasta la dictadura de Pinochet. Toño me guió (Javier) en dos recorridos a golpe de pedal por varios barrios, parques y jardines de la ciudad, en los que pude comprobar sus grandes dimensiones y su multitud de zonas verdes.
En el plano gastronómico, nos resultó curiosa la comida que hicimos en los Bomberos. Aquí es un cuerpo de voluntarios con una larga trayectoria histórica y muy bien considerados. En sus mismas instalaciones, ofrecen menús muy caseros y asequibles, de lo cual dimos buena fé, guiados por Toño, como siempre.
De compras en el mercado
Lorena nos obsequió con una “once”: merienda-cena a base de panes, quesos, fiambres, té o café y diversos dulces. La palabra “once” deriva de la costumbre de algunos monjes de tomar a media tarde un trago de aguardiente. Para evitar pronunciar esa palabra, utilizaron el número de letras que contiene. Luego derivó en la merienda que hemos explicado.
En el parque con Carmencita
Disfrutamos de la compañía de la pequeña Carmencita (la hija de Toño y Lorena), que con sus 5 años no paraba de jugar y comenzaba esa semana su primer curso en el colegio.
Al final, la semana nos vino bien para recuperar fuerzas, ya que nos sentimos muy cómodos y relajados, pese al calor reinante. Nos despedimos de nuestros amigos esperando vernos de nuevo en julio, pero esta vez en tierras barcenses.
De esta manera dimos por finalizada nuestra etapa sudamericana. Se nos acababa la comodidad de hablar en español.

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Península Valdés y Buenos Aires (final de febrero de 2012).


Terminado nuestro periplo montañero en la Patagonia, decidimos ir a Península Valdés; que está en el norte de Patagonia. Es una zona muy importante ya que aquí vienen las ballenas (franca austral) a dar a luz y están unos meses con sus ballenatos. Pero ahora no es la época, se fueron hacia la Antártida en Diciembre. También es zona de leones y elefantes marinos, y éstos también crían aquí, lo que hace que vengan las orcas para intentar cazar a los pequeños. Como veis hay mucha animación.

Península Valdés y sus bichos
Tras incontables horas de autobús, llegamos a Puerto Madryn. Allí la temperatura cambia, hace viento pero más calor, de hecho es un lugar de veraneo playero.
Leones (o lobos) marinos
En la ciudad contratamos el viaje para ir a visitar el Parque-Reserva de Península Valdés. Primero vas a la Casa del Parque, en la que hay unas explicaciones sobre la historia del territorio y sus moradores, y también sobre flora y fauna del lugar, con esqueleto de ballena incluido.
Y luego a ver animalitos: armadillos, guanacos (tipo de llama), aves, roedores,... pero claro, los que más atraen a los turistas son los pingüinos de Magallanes, y los leones o lobos marinos, como dicen aquí. También vimos tres elefantes marinos que todavía no se habían ido. Tanto los pingüinos como los leones están con las crías que juegan y se pelean, es entretenido verlos. Las orcas estaban por la zona pero todavía no habían llegado a la costa, por lo tanto, nada de ballenas, otra vez será.
Pingüinos de paseo
Sólo estuvimos un par de días en Puerto Madryn, y desde allí cogimos el bus hacia Buenos Aires.
Otra paliza de autobús (menos mal que son cómodos y el terreno es totalmente plano y sin curvas) y aparecimos en la capital del tango.
Nuestro primo Nacho fue un gran anfitrión por una semanita. Fueron unos días muy entretenidos y variados. Probamos una típica parrilada argentina, (hecha por un chileno), que estuvo muy rica. Tuvimos la fiesta de las vitaminas (en casa de nuestro anfitrión), donde conocimos a los amigos de Nacho, y bailamos la popular Cumbia Argentina, pero no nos a trevimos a probar el Fernet (licor de hierbas tipo colutorio mezclado con cocacola). Hicimos la ruta turística típica: casa Rosada, Avenida y Plaza de Mayo (con sus edificios de corte francés), el cementerio de Recoleta (tumba de Evita Perón), cafeterías (como la de Tortoni entre otras), librerías (alguna era un antiguo teatro), Catedral (tumba de San Martín), la zona de Puerto Madero (con sus diques, rascacielos y paseos), la reserva ecológica (gran parque de humedales con aves), el barrio de Bocca (con la Bombonera y sus coloridas calles), algunas exposiciones (centro cultural Borges y Recoleta), mercadillos y otros muchos lugares menos turísticos.
Maestros del tango...
Aparte de caminar, también comimos. Probamos las pizzas, que enorgullecen a los bonaerenses, y realmante son deliciosas. No olvidamos probar las empanadas, choripan, bifes, bondiola, alfajores y otras especialidades porteñas. Tomamos una versión fría del mate, con jugo de naranja, el tereré.
Caminito nos recibe
Y para empacharnos de cultura argentina, decidimos ir a una tanguería. Una sola clase de tango nos hizo creer que ya sabíamos bailar, pero cuando tras el descanso sonó la música, la pista se llenó de parejas autóctonas que más que bailar interpretan cada nota del tango con su cuerpo. Ante este panorama, decidimos no hacer el ridículo y disfrutar del espectáculo desde la mesa. También se danzó milonga y curiosamente rock&roll.
Otra noche disfrutamos de una divertida cena con los amigos chileno-argentino-españoles, que pretendía ser el broche final a nuestra estancia. Y entonces Javi se empeñó en quedarse un par de días más. Sus únicos argumentos fueron: fiebre, diarrea y dolor de cabeza.
Afortunadamente, no fueron días muy calurosos, asi que pudimos disfrutar de la ciudad cómodamente. Buenos Aires nos pareció una gran urbe con aires de grandeza, por sus enormes avenidas (la gran 9 de julio tiene nada menos que 20 carriles y una anchura gigantesca), sus edificios de talla XXXXXL, su intenso tráfico, la marabunta de gente el las zonas comerciales y turísticas y por supuesto, por su gran tamaño.
Cenita rica... y divertida
Compramos unos billetes de avión a Santiago de Chile (de ida y vuelta, más baratos que solamente ida), ya que habíamos llegado al límite de horas de bus en nuestro cuerpo.

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